Desde fuera parece fácil.
Como si un día simplemente despertaras con éxito, claridad o paz interior.
Como si todo hubiera sido rápido, casi mágico.
Pero no.
No es suerte.
Es todo lo que nadie ve.
Es madrugar cuando nadie te obliga.
Es insistir cuando ya no tienes fuerzas.
Es seguir creyendo cuando todo te dice que no.
Es empezar una y otra vez, sin aplausos.
La constancia no brilla.
No es épica.
No emociona como un logro, ni impacta como un cambio radical.
Pero es la que construye.
La suerte se espera.
La constancia se entrena.
No te compares con el resultado de quien lleva años sembrando.
Pregúntate qué estás regando tú hoy.
Qué pasos pequeños estás dando aunque parezcan no avanzar.
Qué compromiso estás honrando, incluso cuando no hay motivación.
Porque lo que estás construyendo, lento y sin ruido,
también es una victoria.
Una que no depende del azar, sino de tu verdad.
No es suerte, es constancia.
Y tú, paso a paso, lo estás demostrando.