Te miras al espejo y te ves incompleta.
Abres Instagram y todo parece perfecto.
Y de pronto, sin darte cuenta, dejas de quererte.
No porque no tengas valor, sino porque estás comparándote.
Compararte es medirte con reglas que no creaste.
Es mirar tu proceso con los ojos de otra persona.
Es olvidar lo que has vivido para envidiar lo que parece fácil en otros.
Pero nadie publica sus dudas.
Nadie enseña sus noches sin dormir.
Nadie sube stories de sus ataques de ansiedad ni de sus días en los que siente que no vale nada.
La comparación es un filtro sucio sobre una mirada limpia.
Te roba alegría.
Te hace sentir tarde.
Te hace creer que deberías estar en otro lugar, siendo otra versión de ti.
Y no.
Estás justo donde tienes que estar.
Aprendiendo.
Despertando.
Construyendo a tu ritmo lo que otros solo aparentan tener.
Tu valor no se mide en likes, logros o cuerpos.
Tu valor está en lo que no se ve:
En cómo te levantas cuando caes.
En cómo amas sin garantías.
En cómo luchas aunque nadie lo note.
Compararte solo te aleja de ti.
Y tú, créeme, ya eres suficiente.