Pensamos que cambiar es un giro dramático.
Una escena épica.
Un “basta” que lo transforma todo de golpe.
Pero la verdad es otra.
Cambiar, de verdad, a veces se parece más a repetir el mismo error… con un poco más de conciencia.
A llorar otra vez por lo mismo, pero esta vez sabiendo que vas a salir.
A volver, sí… pero con menos fe.
Hasta que un día no vuelves más.
Cambiar no siempre es limpio.
No siempre es inmediato.
No siempre es fuerte.
A veces es torpe.
Confuso.
Silencioso.
Es responder distinto.
Es irte antes.
Es dejar de justificar.
Es darte cuenta, no con rabia, sino con calma.
Es ese momento en el que ya no te tragas lo que antes te callabas.
En el que ya no te vendes barato.
En el que empiezas a elegirte, aunque aún te duela hacerlo.
El cambio real no necesita testigos.
Necesita tiempo.
Y tú lo estás haciendo mejor de lo que crees.
Porque aunque no se vea como en las películas,
estás cambiando.
Y eso ya es un acto de amor propio.