A veces no dije “te quiero”,
pero me quedé cuando todos se iban.
No dije “me duele”,
pero bajé la mirada y guardé silencio más de la cuenta.
No dije “estoy cansada”,
pero mi cuerpo lo gritaba sin que nadie lo notara.
Porque hay cosas que no se dicen,
pero se sienten.
Se intuyen.
Se leen entre líneas, si alguien sabe mirar con el corazón.
Dije mucho sin abrir la boca.
Con un gesto.
Con una distancia.
Con una presencia que hablaba más que mil palabras.
Aprendí que no todo se nombra.
Y que muchas veces me expresé mejor en los actos que en los discursos.
Me disculpé con la forma en que miré.
Perdoné con la forma en que no respondí.
Pedí ayuda con la forma en que me encerré.
Hay verdades que no pude explicar,
pero estaban en mi forma de irme.
O de quedarme.
Y hoy, mirando atrás, me abrazo.
Porque incluso cuando no supe decirlo,
mi alma encontró la forma de hablar.
Todo lo que dije sin palabras
también cuenta.
También es parte de mi historia.