No fueron siempre las que más tiempo estuvieron.
Ni las que más promesas hicieron.
Ni las que más ruido dejaron al marcharse.
Fueron las que tocaron algo dentro de mí
y ya no me dejaron igual.
Las que me escucharon sin tener prisa.
Las que me dijeron la verdad cuando nadie más se atrevía.
Las que me abrazaron justo cuando más me temblaba el alma.
Algunas se quedaron.
Otras solo pasaron.
Y otras se fueron sin saber que me marcaron para siempre.
Una conversación.
Una mirada.
Una frase en el momento exacto.
A veces no hace falta una historia larga,
solo un encuentro honesto.
Una presencia real.
Una energía que dice: “te veo.”
Y sí, algunas me rompieron.
Pero hasta esas, en su forma torpe, me empujaron a crecer.
Me enseñaron lo que no quiero,
lo que no soy,
lo que ya no permito.
Hoy pienso en ellas.
Las que me dolieron y me despertaron.
Las que me sostuvieron y me recordaron quién era.
Las que dejaron huella… sin saberlo.
Porque al final, lo importante no es cuántos se quedaron,
sino cuántos dejaron algo de luz en mi camino.