Te hablan del éxito como una cima.
Como una meta a la que llegas y todo encaja.
Como si al lograrlo, dejaras de dudar, de cansarte, de buscar.
Pero lo que nadie te cuenta…
es que el éxito también pesa.
También exige.
También te pone frente al espejo.
Porque cuando lo logras, cambia la pregunta.
Ya no es “¿cómo empiezo?”,
ahora es “¿cómo sostengo esto sin perderme?”
El éxito te pone en foco,
pero también te expone.
Y muchas veces, en el ruido de todo lo que llega,
es fácil olvidarte de por qué empezaste.
No te lo dicen, pero a veces el éxito se parece al agotamiento.
A sentirte sola.
A no saber si lo que estás haciendo sigue siendo tuyo…
o si se ha convertido en una máquina que ya no te representa.
Por eso, el verdadero éxito no es solo crecer.
Es crecer sin dejar de ser tú.
Es llegar sin convertirte en alguien que no reconoces.
Es avanzar sin vender tu alma por métricas.
Está bien querer más.
Pero que ese “más” no te quite lo esencial.
Tu calma.
Tu propósito.
Tu verdad.
Porque el éxito de verdad no te aleja de ti.
Te acerca.