Hay momentos en los que la vida no pregunta.
Solo llega y te arranca.
De una relación.
De un trabajo.
De una rutina que ya no tenía sentido… aunque tú jurabas que sí.
Y claro, duele.
Porque el lugar cómodo, aunque no te hiciera feliz, era conocido.
Te habías acostumbrado.
A convivir con lo tibio.
A no pedir más.
A convencerte de que “así está bien”.
Pero la vida —esa que no se conforma— a veces lo desordena todo para despertarte.
Para decirte: “aquí ya no creces.”
Y te deja en medio del vacío.
Sin mapa.
Sin certezas.
Solo con la sensación de haber perdido algo… sin saber que quizás te estás encontrando.
A veces es una ruptura.
Otras, un despido.
O una intuición que ya no puedes callar.
No siempre lo entiendes al principio.
Pero tiempo después miras atrás y dices: “menos mal que pasó.”
Porque si la vida no te hubiera empujado, tú seguirías allí.
En el casi.
En el “no está tan mal”.
En el “otro día lo intento”.
Así que sí, hay arranques que duelen.
Pero también hay comienzos que nacen del caos.
Y tú estás hecha para renacer.