No todo lo que aprendí vino de buenos ejemplos.
Algunas de mis lecciones más valiosas
vinieron de personas que me fallaron.
De quien no supo cuidarme,
aprendí a cuidarme yo.
De quien me mintió,
aprendí a escuchar mi intuición.
De quien me usó,
aprendí a poner límites donde antes ponía excusas.
No fue fácil.
A veces dolió más de lo que admití.
Porque una cosa es que alguien se equivoque,
y otra es que no le importe cómo te rompe.
Pero hasta esas heridas me mostraron algo.
Me enseñaron a no quedarme donde no hay respeto.
A dejar de justificar actitudes por amor.
A entender que la lealtad no puede ser de una sola parte.
No me quedo con el rencor.
Me quedo con lo que creció en mí después de cada decepción.
Con la mujer que se levantó,
más consciente,
más firme,
más clara.
Gracias a quienes me fallaron,
ahora me escucho más.
Me cuido más.
Me creo más.
Porque cuando alguien te falla,
tienes dos caminos: cerrarte o transformarte.
Y yo elegí transformarme.