Nos vendieron que el amor tenía que doler.
Que si no había celos, intensidad, rupturas, reconciliaciones y noches sin dormir… entonces no era amor de verdad.
Nos educaron en novelas donde el amor gritaba, dolía y se escapaba para volver más fuerte.
Y así confundimos amor con montaña rusa.
Con ansiedad.
Con falta de aire.
Pero hay un tipo de amor que no quita el sueño: lo mejora.
Un amor que no hace ruido porque no necesita llamar tu atención.
Está ahí, firme. Presente. Ligero. Real.
Es el amor que no te escribe con dudas, sino con ganas.
Que no aparece solo cuando te pierdes, sino que se queda cuando te encuentras.
Que no necesita tormentas para sentirse intenso, porque ya es profundo en su calma.
Ese amor que no discute por todo.
Que no juega con los tiempos.
Que no pone condiciones para quedarse.
Y cuando lo encuentras, cuesta creerlo.
Porque el amor sano se siente raro al principio.
Como si fuera poco. Como si faltara algo.
Pero no falta nada.
Lo que pasa es que por fin no duele.
El amor sin drama no es aburrido.
Es hogar.
Es paz.
Es lo que mereces cuando dejas de conformarte con lo que arde pero no abriga.