La mayoría de los sueños no se abandonan por imposibles.
Se abandonan por no saber por dónde empezar.
Porque abruma.
Porque parece que necesitas saberlo todo desde el primer paso.
Y no.
Empezar no es tener un plan perfecto.
Es hacer algo.
Lo que sea.
Un pequeño gesto.
Una decisión mínima que te saque del “algún día”.
La claridad no llega antes del movimiento.
Llega dentro del movimiento.
Cuando te mojas.
Cuando pruebas.
Cuando fallas.
Esperar a tenerlo todo claro es una forma disfrazada de miedo.
Una excusa elegante.
Un modo sutil de quedarte en tu zona conocida.
¿No sabes por dónde?
Empieza por ti.
Por dejar de contarte que no puedes.
Por darte el permiso de no hacerlo perfecto.
Por permitirte ser principiante.
Empieza sin saber.
Sin certezas.
Con las dudas a cuestas y el corazón un poco acelerado.
Porque todo camino que hoy parece sólido,
empezó con alguien que no tenía ni idea…
pero que dijo: «voy igual.»